jueves, 17 de julio de 2008

Dos cartas clarísimas.

Dos cartas tomadas de un Matutino capitalino:
Señor Director:

El secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, dijo estar extrañado de las críticas realizadas desde Colombia por Sebastián Piñera respecto del Transantiago, argumentando que el Transantiago es muy parecido al Transmilenio de Bogotá, refiriéndose a este último como orgullo de los colombianos.

Esta afirmación refleja un preocupante desconocimiento por parte de Insulza respecto de la realidad del Transantiago, su evolución, y de sus notorias diferencias con Transmilenio. En primer lugar, Transmilenio no tiene ni la cuarta parte de la envergadura del Transantiago. En segundo lugar, Transmilenio atiende sólo a una parte menor de Bogotá, mientras que Transantiago atiende a la totalidad de Santiago. En tercer lugar, Transmilenio ha sido implementado secuencialmente, mientras que Transantiago se implementó de manera simultánea e improvisada, con infraestructuras completamente diferentes. Y en cuarto lugar, si bien Transmilenio puede ser considerado un orgullo para muchos colombianos, Transantiago definitivamente no lo es.

LOUIS DE GRANGE C.
Profesor de la Escuela de Ingeniería Industrial
Universidad Diego Portales.

Señor Director:

Carlos Peña descalifica, como carente del sentido de la ficción, a un obispo que protestó por la imagen del hombre embarazado en la publicidad de una teleserie. Esa protesta -nos dice- se funda en una separación nítida entre ficción y realidad, separación que borraría del mapa o convertiría en autores prohibidos a un Borges, a un Kafka, a un Flaubert, a un Nabokov.

A mi entender, ese argumento no prueba nada porque prueba demasiado, como se dice en lógica. Somos muchos los lectores infatigables de ficción literaria, auténticos adictos a las "mentiras verdaderas" (como suele llamarse a las novelas de calidad), y que, no obstante, estamos completamente de acuerdo con aquella protesta por el varón preñado.

Pienso que la distinción correcta es simplemente otra: no la que media entre ficción y realidad, sino la que media entre ficciones creativas, reveladoras, profundas ("mentiras verdaderas"), por una parte, y por otra, ficciones huecas, tontas, insignificantes, de publicidad barata, como la del caso, que no es ingeniosa, sino chabacana y de mal gusto, y que no revela verdad alguna sobre el hombre y la mujer.

JOSÉ MIGUEL IBÁÑEZ LANGLOIS