viernes, 3 de julio de 2009

Moral y sexualidad.



Señor Director:

Moral y sexualidad.

En la página A 2 de "El Mercurio" del día 1 de julio, el Dr. Fernando Zegers Hochschild afirma que la anticoncepción de emergencia y la sexualidad mostrarían "el abismo existente entre la moral que promueve la jerarquía católica y la moral que vive nuestra sociedad". Así escrita, esta afirmación acerca de este hecho es descomunal y gratuita, y ninguna autoridad se acredita para hacerla.

Es posible que sean muchas las personas que no se atienen a la moral que profesa la jerarquía católica o que no la cumplen. Y muchas también las razones o motivos de que esto ocurra, que habrán de ser apreciadas en su mérito, y, en última instancia, ponderadas en el fuero de la conciencia personal. El descomunal juicio del Dr. Zegers parece ignorar esta condición no sólo de un juicio verdadero, sino de un juicio serio.

Así es fácil convertirse en vocero de "la moral de nuestra sociedad" y en cierto modo también de la moral que profesa la jerarquía católica, cuya posición se descalifica, aunque sea voz de una tradición universal de más de dos milenios acerca del altísimo valor moral del amor y la sexualidad humana que une gozosamente a hombre y mujer en la generación de la vida humana. Ahí es posible ver el placer, seguramente de los más intensos, y en el caso de los animales, no otra cosa. Pero también es posible ver una conducta violenta, cruel y aun miserable, medida en vil dinero.

Aristóteles exaltó el placer en tanto vio en él un signo maravilloso del acabado cumplimiento de un acto noble, de una acción buena. Creo que un principio como éste, ya profesado por una filosofía racional cuatro siglos antes de Cristo, es aquel por el que vela la moral cristiana que reclama para el amor toda su natural nobleza y rechaza toda posibilidad de rebajarla, de convertirla en instinto ciego y brutal, en dejarlo entregado a mecanismos químicos, a rozar siquiera lo que pudiera ser el asesinato de un inocente en quien la moral cristiana ve una realidad sagrada.

El Dr. Zegers juega con una gran falacia que traiciona sus propias palabras. Él dice, con razón, "la unión en la pareja genera placer, y compartir el placer del cuerpo y del espíritu tiene una enorme capacidad unitiva con total prescindencia de si tiene o no un efecto procreactivo o si la pareja está o no casada". ¿Por qué suponer que esa "capacidad unitiva", que tan justamente invoca el Dr. Zegers, haya de construirse despojándola de su institucionalización social por el matrimonio de un hombre y una mujer, y de su institucionalidad más personal e histórica, que es la generación de un hijo, de otro hombre?

¿En nombre de qué se quiere despojar a la sexualidad humana de su inmenso valor, de su dimensión personal y social, espiritual y sagrada? ¿En nombre del placer? Pero de un placer que seguramente ningún hedonista reconocería como tal, un placer que en el mejor de los casos estaría convalidado por problemas reales cuya solución no necesariamente ha de pasar por vías tan injustas.

Juan de Dios Vial Larraín