Señor Director:
Muerte en prisión.
A través de una publicación aparecida en este diario, los chilenos hemos sido informados del lamentable fallecimiento, en prisión, de un otrora distinguido suboficial en retiro del Ejército de Chile, señor Héctor Vallejos Birtiola.
Su deceso, estando en la prisión de Punta Peuco hasta esa fecha, parece doblemente lamentable, además de la irreparable pérdida que significa en especial para su familia y camaradas de armas.
Primero, porque un soldado que desde temprana edad sirvió fiel y lealmente a su Patria consecuente con su juramento, y que en 1973, como tantos otros uniformados, debió combatir decididamente a quienes habían intentado subvertir el orden establecido y destruir el estamento militar que lo sustentaba, se encontrara aún prisionero en el estado democrático que ayudó a restablecer, después de 37 años de ocurridos los hechos que se le imputaron; y, más todavía, que habiendo solicitado el año pasado su indulto debido a la grave enfermedad terminal que lo aquejaba, éste ni siquiera por razones humanitarias haya sido acogido por las autoridades de la época, denegándoselo definitivamente en marzo del presente año, previo al traspaso del mandato presidencial. Tampoco para él rigió el Estado de Derecho, al no aplicarse en su caso leyes absolutamente vigentes en nuestro país, como lo son las de amnistía y la prescripción, vulnerando gravemente su derecho humano esencial de igualdad ante la ley, como lo establece nuestra Constitución.
Segundo, qué lástima que las nuevas autoridades, en especial las relacionadas con el ámbito de la justicia, no hayan tenido tiempo o no hayan estimado conveniente priorizar el interiorizarse conscientemente de la gravísima violación de derechos humanos que sigue afectando a ex servidores del Estado de Chile.
Jaime Núñez Cabrera.
Señor Director:
Impuesto de timbres y estampillas.
Se ha criticado en los últimos días el proyecto de financiamiento presentado por el Gobierno, sosteniéndose que el mantener la tasa actual del impuesto de timbres y estampillas en 0,6% sólo beneficia a las grandes empresas y afecta la recaudación fiscal futura. El argumento anterior es errado y no tiene fundamentos.
El impuesto de timbres y estampillas es un impuesto que encarece injustificadamente el acceso al crédito, perjudicando el emprendimiento, el desarrollo de nuevos proyectos de inversión, la innovación, el mercado de capitales y, especialmente, a las pymes, toda vez que éstas requieren constantemente de financiamiento para cubrir sus necesidades de capital de trabajo e inversión, por lo que gravar con mayor tasa estas operaciones sólo tiene como consecuencia un mayor costo de financiamiento para ellas.
El impuesto de timbres y estampillas representa aproximadamente un 3% de la recaudación fiscal. El ideal sería eliminar derechamente este impuesto, porque eso traería como consecuencia una mayor inversión de las pymes, aumentando en definitiva el crecimiento de país. Consecuentemente, el crecimiento trae aparejada una mayor recaudación fiscal por concepto de impuesto a la renta, IVA y otros impuestos específicos. Si no se puede eliminar, al menos es conveniente mantener la tasa en los niveles actuales y así seguir avanzando en el desarrollo del país.
Sebastián Guerrero, Profesor de Derecho Tributario, Universidad Finis Terrae.
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Señor Director:
El Regreso de Lagos.
“El Mercurio” tituló su edición dominical con “El regreso de Lagos...”. Los “regresos”, como “el mito del eterno retorno”, son comunes en política. Ibáñez del Campo huyó escondido por el postigo de Morandé una madrugada de julio de 1931: volvió 20 años después para ganar las presidenciales del 52. Arturo Alessandri volvió a La Moneda no una si no dos veces. Alan García en Perú se fue dejando un desastre económico, pero volvió como Presidente electo, y algo más maduro, en todo el sentido de la palabra, casi 30 años después. El 62, Nixon declaró su “retiro de la política” después de perder dos elecciones al hilo: volvió seis años más tarde ungido como Presidente de Estados Unidos. Su sombra, Allende, nunca volvió porque no tendría cómo haberlo hecho, pero cuando se encontró de cara con la historia se transformó en esos muertos “que no dejan tranquilos a los vivos, y los visitan en noches como ésta”, como diría Philip Claudel. O sea, no volvió, pero en algún sentido, para bien o para mal, la cosa es que nunca se ha terminado de ir del todo.
No nos engañemos. Lagos es un político y gusta de la historia; lo de “regresos”, es lo suyo. Pero, ¿a qué vuelve?
Parece que a dar explicaciones. Son muchas y bien darían para un guión del “Teatro del Absurdo”. La Concertación perdió las elecciones “porque no se dio cuenta de sus éxitos...”; el puente Chacao no se hizo por culpa de Eduardo Bitran, “...(que) está equivocado. Punto y Final”; la Ciudad Parque Bicentenario está a medio hacer, o el aeropuerto a medio deshacer, porque “...se han demorado mucho, no entiendo por qué”; la culpa del magro crecimiento económico bajo su gobierno fue la crisis asiática. Y no le preguntaron por las investigaciones de Contraloría mientras fue ministro de Educación, ni por Ferrocarriles, ni por el Transantiago, ni por los cientos de procesados, algunos justamente y otros no, que dejó su estela tras su paso en el Ministerio de Obras Públicas, lo que incluye a personas que se suicidaron y otras que han sido aquejadas por dolorosa enfermedad, todo ello mientras los artífices siguen mondos y lirondos. Tal vez un motivo para no haberle preguntado por todo aquello es que la respuesta ya se sabe: la culpa es de otros.
Pero Lagos regresa también para marcar la pauta. Es habiloso y entonces, a diferencia del coro griego de la Concertación, sabe que no está frente a cualquier Presidente y que, por lo mismo, piensa más allá de su período. Lagos, al medio de la escena, aprueba: “él está haciendo un llamado hacia dónde tiene que ir el país..., yo soñé con algo muy parecido”. Es “toro corrido”: no embiste allí donde no tiene caso hacerlo.
Finalmente, Lagos vuelve a recordarnos quién es él y quien la izquierda. Su ejemplo máximo: los países de la OCDE con enormes cargas tributarias; la mayoría de ellos está en crisis fiscal pero eso se lo salta. En Chile la distribución de ingresos cambia no por efecto de los tributos pero sí por efecto del gasto social. Pero para Lagos eso no basta: “Tiene que haber un sistema tributario mejor...”. ¿Qué es “mejor”? Más impuestos por cierto. Lamenta entonces que la carga tributaria al final de esta administración posiblemente será menor. Pero ahí acierta, porque este gobierno piensa que, donde sea posible, es mejor dejar a los ciudadanos y no al Presidente y sus ministros que decidan qué hacer con su dinero cómo invertirlo, ahorrarlo o gastarlo. Por eso lo eligieron.
Jorge Quiroz.