Señor Director:
En su última columna de opinión, Agustín Squella nos informa que, en términos políticos, el país se divide entre los buenos demócratas de izquierda y los calculadores antidemócratas de derecha. Ni siquiera cabe mantenerse al margen de esta división, pues él ha constatado que los que se dicen independientes a estos sectores en el fondo sólo están movidos por la vanidad y el despecho.
Al decir esto, por supuesto, nos habla desde la altura moral que los intelectuales de izquierda se han labrado durante años de compromiso con las democracias populares, los socialismos reales y cuanto proyecto antilibertario se les venía a la mente.
En lo que respecta a nuestro país, esas palabras de Squella nos recuerdan el discurso de la Unidad Popular, aunque obviamente en un tono menor. Pero, en el fondo, la lógica es la misma: los hombres virtuosos de un lado y los hipócritas del otro. Y, según Squella, esta distinción entre hombres virtuosos e hipócritas puede llegar a niveles bastante técnicos. Por ejemplo, los que están de acuerdo con el sistema binominal pertenecerían al grupo de los antidemócratas, mientras que los que quieren cambiarlo por algo que todavía hay que definir (siempre que le dé cabida parlamentaria al Partido Comunista) forman parte de los hombres buenos.
Fácilmente se puede comprender que si la democracia se basara en estas categorías morales, el sistema sería impracticable. La historia del siglo XX lo demuestra más allá de toda duda. Los partidarios de la libertad y la democracia, sean de derecha o no, saben muy bien que la convivencia política no se desarrolla entre seres perfectos ni opiniones canónicas.
Las palabras de Agustín Squella pueden ser ecos del pasado, cuando las ideologías totalitarias llegaron a su máximo esplendor. O sonidos de una fuerza latente que está provisoriamente bajo control, propia de la intolerancia humana que siempre lucha por manifestarse. Quizás es ambas cosas.
En este sentido, lo que se puede esperar de la derecha y, más específicamente, de todos los que creen en la libertad y la democracia, es que el sistema político tenga la suficiente solidez para no caer en manos de ideólogos fundamentalistas.
Carlos Goñi Garrido
Señor Director:
Asistimos en estos días a un nuevo capítulo en el que la dictadura china ejerce una represión violenta, unilateral y totalitaria contra cualquier brote de oposición. Esta vez, como ha ocurrido ya en ocasiones anteriores, la opresión se ejerce contra el pueblo y la cultura tibetanos, cuyo territorio fue militarmente ocupado y anexado hace ya varias décadas por China. Como es sabido por la opinión pública, China ha desatado por largos años una política de eliminación de la cultura tibetana y la religión budista, política que ha obligado a muchos de sus líderes y representantes a huir al exilio como única forma de poder conservar sus vidas.
Sin embargo, no es esta situación de represión la que nos sorprende. La brutalidad, la violencia, la censura y la desvergüenza del gobierno chino para manipular la verdad y para suprimir la disidencia es algo conocido. Lo que nos sorprende es el silencio cómplice del resto de los gobiernos del mundo y de los grandes grupos económicos. Viene esto a confirmar la sospecha que muchos ciudadanos comunes y corrientes a lo largo del mundo tenemos: los valores, los principios fundamentales de la vida y los derechos humanos quedan relegados a un segundo plano cuando se trata de los grandes intereses económicos.
El gigante chino, con su economía pujante y su comercio que mueve al planeta completo, economía y comercio construidos sobre la base de la violación sistemática de los derechos de los trabajadores chinos, parece tener licencia o manga ancha para estas acciones que niegan o derogan la dignidad de todos los seres humanos. A las puertas de los Juegos Olímpicos de Beijing, es de esperar que al menos desde los deportistas de todo el mundo surjan ejemplos de personas que ponen en primer lugar al ser humano y sus derechos, y que se nieguen a participar de la farsa y la gran operación de "blanqueamiento de imagen" que prepara el gobierno comunista de ese país.
Diego Melero P.
Señor Director:
Notable olvido de nuestros dirigentes, políticos, gobernantes, parlamentarios, etcétera. Es tal la obsesión con el conflicto entre ricos y pobres, que olvidan la existencia de la clase media, aquella que constituye la fuente de desarrollo y prosperidad de las naciones más ricas de la tierra. Sin clase media consolidada, educada, solvente, profesional, no hay futuro desarrollado.
En la discusión por el IVA de la construcción, escuché con atención los argumentos de uno y otro lado, y pareciera que se les olvidó la palabra "clase media". Sólo se hablaba de los derechos de los ricos y los pobres.
Creo que todos quieren defender a los pobres, pero ¿quién quiere defender los derechos de la clase media? Hay sólo que mirar por la ventana para saber quiénes son, no se necesitan estudios, es la gran mayoría del país que hoy está en la tierra de nadie si nos regimos por esta última discusión sobre el IVA. Es muy simple, no son el 15 o 20% más pobre, ni el 20% más rico, sino el 60% que está en el medio.
MARTA LAGOS
MORI (Chile) S.A.
Estas tres cartas fueron seleccionadas de un medio de circulación nacional por considerar que los temas son sumamente interesantes.
Señor Director:
Un país sin retenciones.
Desde que el Estado conduce las políticas económicas estamos en manos de los irresponsables de turno. Esta claro, que no llegamos hasta aquí por casualidad, sino por el progresivo avance de las ideologías que promueven las políticas activas y la mano salvadora del Estado para resolver lo que el mercado, según ellos, no puede solucionar.
Bajo estas ideas que nos gobiernan hace décadas en el mundo y particularmente en América Latina, nuestro país esta recorriendo un camino cada vez mas perverso.
El desabastecimiento, los controles de precios, la inflación, las retenciones, la carga impositiva, los subsidios, los planes sociales, son solo algunos de los componentes de este inmoral régimen que no solo no ha traído progreso, sino cada vez más distorsiones.
Para colmo de males, esta forma de pensar, goza de un manto de cobertura moral que justifica en forma ciega cada una de las decisiones que involucra, olvidando que cuando alguien decide redistribuir, lo que esta haciendo es sacarles a unos para entregarles a otros, y por lo tanto ignorando la propiedad que cada uno de nosotros tenemos sobre el fruto de nuestro trabajo.
En este contexto, esta gestión, la actual, no solo que sigue avanzando sino que perfecciona un discurso cada vez más retorcido e inmoral. A no equivocarse, no se trata de las personas. No tiene que ver con el circunstancial funcionario de turno, sea este electo o no. NO es la Presidente, ni el ministro ni sus secretarios. Es bastante mas profundo. Es la ideología que nos gobierna, con estos u otros protagonistas.
La situación actual, en este caso la del campo, solo sirve como otro ejemplo mas de cómo razonan, de cuan perversa puede ser esta forma de pensar y ver a la economía.
Los precios internacionales están en su mejor momento. Nosotros, los argentinos podemos ufanarnos de ser un proveedor privilegiado por las riquezas que disponemos, con tierras especialmente generosas y una habilidad innata para desarrollarlas.
Sabemos, a estas alturas, que la cuestión entre gobierno y campo, es un tema ideológico, que va más allá de lo recaudatorio. Ya no se trata solo de buscar alternativas para financiar las aventuras políticas de los detentadores del poder, sino mas bien, de una revancha económica que impida que ese sector de la sociedad pueda sacar la cabeza mas de la cuenta.
El contexto internacional es favorable a la Argentina. Somos productores de aquello cuyo valor económico circunstancialmente sube por una cuestión propia del mercado, ese mercado al que denostamos por su imperfección, pero del que estamos aprovechándonos para obtener el máximo rédito no solo en el sector privado, sino también en el público vía impuestos.
Cuando el ministro de economía dice que "si fuera por el campo no habría retenciones" tiene razón. Y esta bien. No se entiende que le molesta al Ministro en este punto.
Las retenciones NO son una bendición sino un distorsionador del mercado. Que cree el Ministro y sus representados que sucedería sin retenciones ?. El primer impacto evidente es que el Estado Nacional no recaudaría como lo hace hoy. Esto por supuesto tendría importantes consecuencias en su estrategia de despliegue político partidario electoral, ya que se quedaría sin una de sus más seductoras herramientas de poder, el dinero. A nadie escapa que ese dinero, y no el carisma de los líderes de turno, es lo que le permite dominar a gobiernos provinciales y municipales en casi todo el territorio. Ese mismo dinero que le posibilita destinar subsidios a los sectores económicos que se articulan ( por utilizar un lenguaje educado ) y aprueban sus políticas, no sin antes obtener una jugosa recompensa material por dicho apoyo.
Intentan controlar los precios internos y asegurar el abastecimiento, evitar que los productores dejen de producir algo menos rentable o que nuestros campos migren desde actividades menos rentables a mas rentables.
Al mercado no hay que regularlo, mucho menos sujetarlo, el arte consiste en interpretarlo. Estamos en un momento especial, el mundo demanda alimentos, esos que nosotros producimos con mayor facilidad que muchas otras naciones. Es tiempo de obtener el máximo provecho de esas circunstancias.
Es el mercado y no el gobierno quienes pueden decodificar esa información. El gobierno no sabe como se hace, no son productores, no conocen nada del campo, tampoco de otras cuestiones. Si el país quiere crecer y recuperar su protagonismo, debe animarse a mas, y para ello, las retenciones son un corset que solo nos impiden seguir avanzando.
El ministro tiene razón, si fuera por el campo no habría retenciones. El gobierno le tiene miedo a las ganancias, suponen ingenuamente que los productores mejoraran su estándar de vida con los dividendos que logran desconociendo algo básico en la naturaleza humana, el ansia de progreso.
Los hombres de campo, como los de ciudad, no solo trabajan para conseguir un progreso económico circunstancial, lo hacen porque aman lo que hacen, y porque creen en la sana ambición de crecer y ver crecer a los que los rodean. El campo ha dado pruebas de ello en reiteradas oportunidades. Cuando gana, reinvierte y va por más.
No hay que temerle al mercado. Hay que animarse a respetarlo y subirse a la ola de las oportunidades.
El gobierno le teme al mercado, odia ideológicamente a la rentabilidad, creyendo que sabe cual es la razonable de cada actividad, tomándose la atribución de decidir cuanto debe ganar cada argentino, sean estos asalariados o emprendedores.
Se equivoca el gobierno y mucho. Este no es el camino del progreso. Proyectar sus propias limitaciones no nos llevará a buen puerto. Aunque es difícil creer que la ideología reinante nos pueda sacar de esta retorcida manera de entender la economía, aun estamos a tiempo de soñar con un país sin retenciones.
Alberto Medina Méndez
amedinamendez@gmail.com
Desde Corrientes- Argentina.