lunes, 7 de julio de 2008

Una sola, pero de peso.

Señor Director:

Allende es como Beatriz Viterbo del Aleph de Borges, un personaje a partir del cual se busca interpretar o acceder al “punto que contiene todos los puntos del universo”, desde él se explicaría la situación nacional anterior a su gobierno, el régimen que le sucedió (ya sea para justificarlo o condenarlo), el imaginario popular, etcétera. Produce fascinación y repudios que lo transforman en una persona de culto, como Beatriz Viterbo en el Aleph.

Allende es de esos políticos que se dan muy de vez en vez, lo cual no hace su gobierno ni mejor ni peor sino que simplemente se constata un hecho: poseía cualidades políticas que no se ven de a menudo.

La tragedia, desde sus orígenes en Grecia pasando por sus interpretes contemporáneos, Nietzsche entre ellos, siempre nos muestran la faceta no unívoca de los hombres, somos contradictorios, escondemos más de una realidad, Allende no era la excepción: parlamentario y orador brillante, basta pensar en su intervención en las Naciones Unidas y su improvisación final el 11 de septiembre, respetuoso de la tradición republicana del país pero defensor, en el plano ideológico, de una forma de marxismo no compatible con la Democracia. Por más que el camino fuese el vino tinto y las empanadas, adhirió y lideró a la OLAS, organización que promovía la revolución al estilo cubano pero a la vez rechazaba esa vía política, la cubana, para su país; así como no aceptaba la invitación de lideres socialdemócratas como Bruno Kreisky para incorporarse a la Internacional Socialista: eso era ser aliado de la burguesía, a la cual el despreciaba, aunque viviese como uno más de ellos.

Su vida política fue dionisíaca en el más estricto sentido nietzscheano: “El arte dionisíaco descansa en el juego con la embriaguez, con el éxtasis”…esto explica porque supo ejercer un fuerte liderazgo político que le permitió sobrevivir a derrotas electorales, a mantenerse a pesar de no ser quien mejor representaba las tendencias radicales mayoritarias en su partido, pero a la vez carecer de la más mínima conducción para dar algún contenido al “vino tinto y las empanadas” una vez que le tocó ejercer el poder.

La Unidad Popular fue un gobierno de desmesura dionisiaca, su proyecto ha sido destruido como la casa de Carlos Argentino en el Aleph. La izquierda chilena actual ha asumido los principios que antes se rechazaban: la modernidad de la socialdemocracia. La propia mitificación de la figura de Allende, cual Beatriz Viterbo, pasa por la separación de ésta (y olvido) del propio gobierno y proyecto que encabezó. Es parte de la contradicción propia de la tragedia.

Gonzalo Bustamante Kuschel, Profesor de Filosofía Política, Universidad Adolfo Ibáñez